Comentario
Las polémicas que se han desarrollado alrededor de la conquista de la Península Ibérica por los musulmanes en los años 711-715 no han tenido suficientemente en cuenta una serie de hechos que conviene tener presentes si se quiere valorar, de forma equilibrada, este complejo conjunto de acontecimientos, de considerable importancia para la historia del Mediterráneo occidental, a pesar de lo cual es todavía mal conocido quizá porque, como escribe acertadamente Philippe Wolff, "donde faltan los documentos florecen las hipótesis".
El primer punto que hay que subrayar es, efectivamente, la escasez o casi inexistencia de documentos de la época. Si se examina cada fuente independientemente de las otras, no encontraremos un solo texto, ni en las fuentes árabes ni en las cristianas, del que podamos fiarnos para tener información sobre lo que ocurrió realmente en el Magreb, en España, y en la Galia meridional en el transcurso del segundo y tercer decenio del siglo VIII de la era cristiana. A partir de esta falta de información podrían ponerse en duda algunos acontecimientos que ningún historiador serio aceptará poner en tela de juicio, como la conquista misma o, más razonablemente, se podrían discutir algunos puntos particularmente difíciles de fijar, como el itinerario exacto de esta misma conquista.
Los textos árabes son más bien tardíos. Las fuentes más antiguas fechadas con certeza y que hablan de la conquista de la Península en su conjunto son el Ta´rij (Historia) del andalusí Ibn Habib (muerto hacia el año 853) y el Futuh Misr (Conquista de Egipto) del egipcio Ibn Abd al-Hakam (muerto en 871). Se trata, por tanto, de obras redactadas un siglo y medio después de la conquista. Queda aún mucho por hacer para que el estudio de estas primeras fuentes ofrezca resultados seguros sobre todos los puntos. Esto no significa, sin embargo, que haya que poner en duda el valor documental de los textos árabes y rechazar cualquier lectura realista que pudiera hacerse. En la apreciación que se hace de esta historiografía árabe hay que tener en cuenta que -considerando la importancia de la transmisión oral de las tradiciones en la civilización musulmana y de los métodos de reproducción más o menos literal de las crónicas anteriores en uso en la historiografía árabe-, la proximidad cronológica de la redacción de una crónica respecto de los acontecimientos transmitidos no es el único factor que permite evaluar su veracidad, y creo, por ejemplo, que Sánchez-Albornoz tenía razón al defender, en contra de Levi-Provençal, tal vez no tanto la exactitud del detalle como el interés histórico en su conjunto de una fuente cuya fecha de redacción final es problemática, como es el caso de los Ajbar maymua que representan una Colección de tradiciones.
En su conjunto, los textos latinos son mucho más escasos, pero más cercanos a los acontecimientos. El más importante y conocido es, por supuesto, la Crónica mozárabe de 754; escrita por un cristiano que vivía bajo la dominación de los gobernadores musulmanes de Córdoba, la crónica relata el conjunto de los acontecimientos de la primera mitad del siglo VIII relacionados con la conquista de la Península por los árabes y los beréberes, y con la instalación de un nuevo régimen político-religioso. Este relato muestra, con frecuencia, poca precisión, y está escrito en un latín que dista mucho de la perfección en lo que se refiere a las reglas de la lengua clásica, pero es insustituible.
Se podrían mencionar otros textos latinos, si fuera necesario, para probar la veracidad del conjunto de los hechos de la conquista militar de la Península por los musulmanes: algunas referencias, tal vez breves, pero inequívocas, a esta ocupación brutal de Hispania, redactadas por fuentes contemporáneas en otras regiones de Europa occidental, donde se conocían los acontecimientos y se transmitían. El Liber Pontificalis romano, en el que las noticias se redactaban en vida de cada papa, incluye en la época correspondiente a Gregorio II (715-731) un largo relato relacionado con la invasión sarracena de España y de la Galia meridional. Bastante más al norte Beda el Venerable, al revisar, poco antes de su muerte en 735, su Historia eclesiástica de la nación inglesa, habla del avance de los sarracenos hasta la Galia, las devastaciones que causaron y el castigo que recibieron en la batalla de Poitiers. Una carta de San Bonifacio al rey Etelbaldo de Mercia (746-757) enuncia la idea de que la conquista de España y del sur de Francia por los árabes sólo se puede explicar por el hecho de que los habitantes de estas regiones habían caído en la fornicación y la lujuria, tópico que recuerda curiosamente las leyendas que dan como causa inmediata de la conquista la violación que comete Rodrigo, el último rey visigodo, contra la hija del conde Julián.
Otra serie de fuentes contemporáneas a la entrada de los musulmanes a España a las que no se ha prestado suficiente atención, porque no son escritas, es la que forman un número relativamente importante de monedas acuñadas por los conquistadores en los años siguientes a la invasión. Evidentemente, hay que colocar estas acuñaciones latinas, latino-árabes y -en seguida- exclusivamente árabes en su correspondiente lugar dentro del contexto general de las cecas arabo-musulmanas de la época. Se han estudiado hechos totalmente paralelos, aunque algo anteriores, relativos a África del Norte, que fue ocupada en los decenios anteriores. Uno de los historiadores que mejor ha resaltado la importancia de estos datos numismáticos para la comprensión de los acontecimientos de esta época es, sin lugar a dudas, Miquel Barceló.
No considero en absoluto ilegítimos en sí los pasos de algunos historiadores que intentan llamar la atención sobre los elementos de continuidad entre la época visigótica y la época musulmana, a pesar de que soy partidario de una interpretación de conjunto que conceda prioridad a la importancia de la ruptura acaecida entonces. Distinto es el problema de la legitimidad de las conclusiones o de las interpretaciones que se puedan sacar de los hechos. Desde mi punto de vista, los grandes cambios en las monedas, y las leyendas que llevan, son un buen testimonio de la amplitud del cambio que los dirigentes arabo-musulmanes quisieron introducir en la Península. La transición fue brevísima, ya que fueron necesarios menos de diez años para pasar de los tipos de transición latinos o latino-árabes a la adopción definitiva de los tipos arabo-musulmanes puros, tal como los había definido la reforma monetaria del califa omeya de Damasco, Abd al-Malik, a partir del año 696.
Las primeras monedas con leyendas musulmanas en lengua latina ("En nombre de Dios, no dios, sino Dios, el único sin semejante") son del año 93 de la hégira (en adelante hg. para abreviar), correspondiente a los años 711-712 de la era cristiana. Se emitieron dinares bilingües, parecidos a los acuñados en la misma época en África, entre los años 97-99/715-718. Pero a partir del 102/720-721, sólo se conocen dinares arabo-musulmanes conforme a los tipos instaurados en Oriente en 696. Existe otro hecho con alcance simbólico y que me parece importante, en el mismo orden de ideas, y es la aparición de un término nuevo para definir la reciente conquista. Desde las primeras emisiones bilingües, la indicación del lugar de acuñación, Spania, que figura sobre la cara latina se traduce, en la leyenda árabe, con el término al-Andalus. Este término no es probablemente árabe y su origen sigue siendo bastante misterioso, pero indica con certeza que los conquistadores, consciente o inconscientemente, definían una nueva entidad, a la que no querían dar su antiguo nombre de Hispania.
Contrariamente a lo que pasó con Ifriqiya, nombre calcado del de la provincia romana de África que aplicaron a la parte oriental del Magreb, recurrieron oficialmente a un término que no se atestiguaba en épocas anteriores para designar la provincia extremo occidental del imperio musulmán en expansión. Es preciso recordar que no se retractarán nunca de esta denominación con la que los habitantes musulmanes de la parte islamizada de España se definirán a partir de entonces para llamarse Andalusíes y no Hispania. Como sabemos, los cristianos de los reinos del norte seguirán considerando esta parte islamizada de España como perteneciente a Hispania e incluso le darán este nombre de forma privilegiada. Este hecho, que habría empezado en una época difícil de determinar con exactitud y que se situaría seguramente al comienzo de la Reconquista, refleja la idea de que se trataba de una parte desgajada de un todo y que era preciso reintegrar por la fuerza a la unidad primitiva.